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Reforma laboral: cuando se pone el carro delante del caballo

Cr. Ramiro I. Muzaber


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En las últimas semanas volvió al centro del debate el proyecto de reforma laboral impulsado por el Gobierno nacional. Entre sus ejes más destacados aparecen la implementación del llamado “banco de horas” y el “salario dinámico”, dos figuras que prometen flexibilidad y productividad, pero que en la práctica corren el riesgo de convertirse en promesas vacías dentro de una realidad laboral que dista mucho de los modelos europeos o nórdicos que se citan como ejemplo.


Un contexto que no acompaña


Antes de hablar de flexibilidad, productividad o eficiencia, deberíamos detenernos en la base sobre la cual se pretende construir. Argentina atraviesa una situación de salarios reales en niveles mínimos históricos, informalidad creciente y un tejido empresarial debilitado. En este escenario, intentar importar mecanismos como el banco de horas —que permite compensar tiempo de trabajo con descanso— o el salario por productividad —que ata los aumentos a los resultados individuales o empresariales— es poner el carro delante del caballo.


No puede hablarse de productividad sin antes garantizar condiciones básicas de empleo decente, estabilidad y poder adquisitivo. El problema de fondo no es la rigidez legal, sino la falta de un entorno económico previsible, de instituciones que generen confianza y de un sistema educativo que forme trabajadores para el tipo de economía que se aspira a tener.


El espejismo del “banco de horas”


En países como Alemania, Suecia o Dinamarca, los bancos de horas funcionan sobre un andamiaje institucional sólido, con sindicatos fuertes, controles transparentes y un equilibrio real entre las partes. Allí, la flexibilidad es una conquista compartida, no una imposición unilateral. En cambio, en Argentina, donde las relaciones laborales suelen caracterizarse por la desconfianza mutua, el riesgo es que el banco de horas termine siendo una vía para diluir el pago de horas extras o precarizar las jornadas, disfrazando el ajuste bajo el rótulo de la “modernización”.


No se trata de oponerse al cambio, sino de reconocer que la flexibilidad solo puede existir si hay confianza, control y cumplimiento recíproco, tres condiciones que hoy están lejos de consolidarse.


El mito del “salario dinámico”


El otro concepto que trae la reforma —el llamado “salario dinámico” o salario atado a la productividad— parece razonable en teoría: premiar el rendimiento y fomentar la eficiencia. Sin embargo, la propuesta choca con una realidad económica donde las empresas luchan por sobrevivir, la inflación licúa cualquier incentivo y la productividad rara vez depende solo del esfuerzo individual.


En la mayoría de los casos, los bajos niveles de productividad no se explican por la falta de mérito de los trabajadores, sino por deficiencias estructurales: tecnología obsoleta, procesos ineficientes, falta de inversión y contextos de alta volatilidad. Pretender que los salarios se ajusten por productividad en este contexto es ignorar que el problema es sistémico, no conductual.


Una cuestión cultural, no solo económica


Más allá de los aspectos técnicos, el principal obstáculo para este tipo de reformas es cultural. Durante décadas, en nuestro país se construyó una cultura del trabajo fuertemente marcada por la necesidad de protegerse ante la inestabilidad. La previsibilidad nunca fue la regla, y los derechos laborales, lejos de ser privilegios, funcionaron como una red mínima de seguridad.


Cambiar la cultura laboral requiere tiempo, diálogo y coherencia de políticas, no decretos que trasladan modelos ajenos sin adecuarlos al contexto local. No se puede pedir productividad a un trabajador que apenas llega a fin de mes, ni flexibilidad a una empresa que no tiene horizonte de rentabilidad.


Conclusión: sin bases sólidas, no hay reforma posible


El debate sobre la reforma laboral debería partir de una pregunta elemental: ¿para qué modelo de país queremos legislar? Si el objetivo es construir una economía moderna, integrada y productiva, hay que comenzar por fortalecer las bases: educación, salarios dignos, inversión y estabilidad macroeconómica. Solo después tendrá sentido discutir cómo organizar mejor el trabajo.


Mientras tanto, insistir con esquemas de “banco de horas” o “salarios dinámicos” es seguir poniendo el carro delante del caballo: intentar que funcione un sistema que presupone un orden que aún no existe.

 
 
 

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